Esta selección lleva demostrando muchos veranos de qué pasta
está hecha. Ha superado muchos baches. Ha sabido digerir la victoria y
conservar el deseo de engordar su palmarés. Cada cita ha logrado insuflar una
bocanada de entusiasmo y orgullo en el corazón de los aficionados. Ha lograda
captar nuevos amantes a este deporte.
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Fuente imagen: EFE - Juan Carlos Hidalgo |
Lo cortés no quita lo valiente. Pedir más al que no puede
darlo no es justo. Sentir decepción cuando el resultado y, sobre todo, las
formas están por debajo de las expectativas es inevitable.
Cuando sucede algo como lo vivido ayer en el partido España
vs Brasil, que iba precedido de un debate social entorno a la conveniencia o no
de una posible derrota, es lógica la crítica y la sospecha, a pesar de las
constantes demostraciones de superación que la selección nos ha regalado.
En todas las relaciones la confianza es un tesoro que tarda
años en alcanzarse. Su valor, incalculable, es inversamente proporcional a su
fragilidad. Una mala palabra en el momento menos adecuado, un comportamiento
atípico o un simple malentendido pueden hacer saltar por los aires los pilares
que la sustentan.
La relación selección afición no es ajena a esto. Ayer, pese
a que en el deporte la derrota es lógica y normal, la forma en la que ocurrió y
el debate previo al partido se convirtieron en motivos suficientes para que se
creara el recelo entre las partes. Nació el malentendido. La selección no
entiende el aparente poco crédito que tiene su trayectoria de los últimos años.
Una parte importante de la afición duda de las reales intenciones de España en
este partido.
Como en toda relación, todo es cuestión de confianza.